Vocación es sinónimo de
llamada.
Un maestro nace
en el instante mismo en el que siente que la Vida le hace una llamada a través
de los niños.
Ser maestro es
decidirse a redescubrir la vida y el mundo, cada día, cada mañana, en los ojos
abiertos de los alumnos.
Ser maestra es
estar decidida a avivar en cada instante, con la brisa de cada respiración, el
fuego de la pasión y de la entrega.
La pasión brota
espontáneamente cuando se ama lo que se hace.
Un maestro de
vocación siente que no ha elegido su profesión sino que la Vida le ha elegido
para esta tarea. Una tarea que vive como misión: sabe que lo que le gusta hacer,
lo que verdaderamente ama, es también lo que el mundo necesita y le
pide.
La maestra es
capaz de poner los misterios más grandes del universo en la pequeña mano abierta
de un niño. Y hacerlos accesibles, no tanto para ser desvelados o comprendidos
cuanto para ser amados.
Un maestro de
co-razón sabe postrarse, humildemente, ante la grandeza y sabiduría del alumno
que tiene delante.
Todo maestro es
un buscador de tesoros, entregado a la aventura de explorar y descubrir las
piedras preciosas que contiene el corazón de cada ser humano.
El de maestro
es un oficio peculiar: es médico del alma, enfermero de los pesares del corazón,
escultor de caracteres, arquitecto del edificio de la personalidad de sus
alumnos, sembrador de futuro, recolector de presente, abogado defensor de las
causas nobles y justas que se dirimen en el aula o en el patio de
recreo.
Por todo esto,
una sociedad sana e inteligente reservaría el magisterio a los mejores: no a los
que más saben, sino a los que más aman; no a los más listos, sino a los más
sabios.
Cada mañana,
las familias entregan lo que más aman en las manos de sus maestros. Cuidar de
los maestros es cuidar a ese paciente agricultor que hará posible que cada niño,
cada niña puedan ser cosechados por la Vida como fruto abundante, sabroso y que
alimenta.
JOSÉ MARIA TORO
Autor de EDUCAR CON CO-RAZÓN (12ª
ed.) Editorial Desclée.